Texto: Jesús Manuel Redondo Alba
Imágenes: archivo de la Archicofradía

Son los signos inconfundibles que
nos recuerdan la presencia de la navidad terrenal, de esa navidad muchas veces
desvirtuada por nosotros mismos como consecuencia del mal uso y significado que
de ella hacemos, al desligarla cada vez más del acontecimiento más maravilloso que
jamás marcó la historia de la humanidad: la Natividad de Jesús.
De todas formas, queridos
carmelitas, los ruteños tenemos la magna suerte de poder buscar a Jesús y de
llegar a Él a través de los brazos de la Madre que lo acoge, que lo muestra, que lo luce y
nos lo acerca para que en estas fechas navideñas nuestro corazón se inunde del
Espíritu de Dios, y pueda surgir de una vez por todas lo mejor de nosotros. Esa
Madre, en Rute, se llama Carmen, y emerge ahora más esplendorosa que nunca
desde su santuario (ese idílico ‘portal’ enclavado al final de la calle Toledo
desde el cual, todo el año, resplandece de manera imponente ‘ese lucero divino
de intenso brillar’).


Gracias Madre, por hacer del
Carmen en Navidad, ese ‘belén ruteño’ al que tus hijos podemos dirigirnos para
adorar a ese fruto bendito de tu vientre que luces radiante en tus brazos.
Gracias, Carmen, por hacer de tu
pelo -ahora más que nunca en Navidad- esa cadena que conecta la navidad
terrenal con la del Cielo, para así poder escapar de la tangibilidad y superficialidad
que nos rodea.
¡Llévanos de tu mano al Carmen,
Madre, y súbenos al Cielo contigo, pues sólo allí se encuentra ubicada la única,
eterna y verdadera Navidad: LA DEL NACIMIENTO DE TU HIJO!
Que así sea…
¡VIVA LA VIRGEN DEL
CARMEN!
¡VIVA LA PATRONA DE
RUTE!
¡VIVA LA REINA Y
SEÑORA!
¡VIVA LA
EMPERATRIZ CARMELITANA RUTEÑA!
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