En el día de hoy, la
familia carmelitana en general, celebra con júbilo y alegría la festividad de
Santa Teresa de Jesús, la Santa del siglo XVI cuya enseñanza en relación a
Dios nunca ha pasado ni pasará de moda, como
tampoco debería pasar de moda para nosotros guardar sus reflexiones y para ponerlas en práctica en nuestra vida cotidiana y en el seno
familiar.
Son múltiples los textos en
los cuales Santa Teresa nos llama primero a conocernos, para después poder “…reconocer
en nosotros el don de Dios", en tanto en cuanto nuestra naturaleza en sí, está
tocada por el Altísimo. Bellísima reflexión de Santa Teresa, sobre todo si
para la consecución de la misma nos ayudamos de la innegable ayuda de nuestra
Patrona, la Santísima Virgen del Carmen, para acercarnos más a Él y convertirnos
en esos grandes príncipes del Reino de Dios a los que La Santa hace mención.
En ese camino hacia Dios, tampoco puede faltar la oración, la única forma -según Santa Teresa- de sentir de lleno la presencia de Cristo y ubicarlo como uno solo dentro de nosotros. Es emocionante conocer como Santa Teresa experimentaba la imperiosa necesidad de acudir a la fuente de la oración, llegando a convertir su propia vida en ese manantial inagotable de la misma, con el único fin de sentir a Cristo dentro de sí. Los ruteños, tenemos en el Santuario de María Santísima del Carmen y en nuestra devoción a Ella, la llama que puede hacer prender en nuestro corazón esa oración a Cristo a la que nos invita Santa Teresa. Oración con la que, además de honrar a nuestra Madre del Carmen, hacemos feliz al Señor (al llenarnos plenamente de Él).
Apasionante también resulta
gozar de la maravillosa reflexión de Santa Teresa de “…abandonarse del todo a
lo que el Señor hace, que sabe mejor lo que nos conviene”. Frase especialmente
sentimental y contundente, si tomamos en consideración el frenético ritmo
al que estamos sometidos en nuestra vida cotidiana, y a la que deberíamos
aferrarnos más si cabe los cristianos en aquellos momentos en los que nuestra
vida parece desmoronarse sin remedio en la adversidad. De
ahí proviene el absoluto abandono que Santa Teresa prodigó en su vida a la
voluntad de Dios, con la convicción profunda de que nada pasa en nuestras vidas
sin que Dios lo permita (y si lo permite es por nuestro bien, porque si le
dejamos, lo transformará en una suprema y mayor felicidad para nuestras vidas).
De tan maravillosa cavilación, nace la oración más conocida de Santa Teresa:
“Nada
te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda,
La paciencia
Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene
Nada le falta:
Sólo Dios basta.
Eleva el pensamiento,
al cielo sube,
por nada te acongojes,
Nada te turbe.
A Jesucristo sigue
con pecho grande,
y, venga lo que venga,
Nada te espante.
¿Ves
la gloria del mundo?
Es gloria vana;
nada tiene de estable,
Todo se pasa.
Aspira a lo celeste,
que siempre dura;
fiel y rico en promesas,
Dios no se muda.
Ámala cual merece
Bondad inmensa;
pero no hay amor fino
Sin la paciencia.
Confianza y fe viva
mantenga el alma,
que quien cree y espera
Todo lo alcanza.
Del infierno acosado
aunque se viere,
burlará sus furores
Quien a Dios tiene.”
Enriquezcamos
nuestro espíritu cristiano con el ejemplo del corazón de Santa Teresa, henchido
de amor hacia Dios, y agarrémonos al Escapulario de nuestra Señora y Patrona
con el afán y esperanza de poder alcanzar algún día las promesas de nuestro
Señor Jesucristo.
Con Santa
Teresa y nuestra Madre del Carmen, AL CIELO.
¡Viva
Santa Teresa de Jesús!
¡Viva
la Virgen del Carmen!
¡Viva
la Patrona de Rute!
¡Viva
la Reina y Señora!
¡Viva la Emperatriz Carmelitana!
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